jueves, 7 de mayo de 2015

EL FÉNIX RENACIÓ DESFIGURADO

Todos se van  de Sergio Cabrera (Colombia, 2015)

El cine, como la mayoría de las artes, suele enaltecer la figura y personalidad del autor, a veces por encima de la obra misma. El llamado cine colombiano no ha sido la excepción;  un reducido número de directores ha ocupado un lugar privilegiado dentro de la cinematografía nacional. Excluyendo un par de nombres recientes, este selecto grupo está conformado por realizadores con una trayectoria relativamente nutrida; que filmaron el grueso de su trabajo antes de la llegada del 2000. Sergio Cabrera se hizo un merecido lugar en esta suerte de parnaso cinematográfico con películas como La estrategia del caracol o Ilona llega con la lluvia.  Luego de 11 años de ausencia en la pantalla grande, su regreso estaba cargado de expectativas.

Todos se van, trabajo con el que Cabrera rompe su silencio, está basada en el libro homónimo de la cubana Wendy Guerra. Tanto la obra literaria como la película son narradas desde el punto de vista de Nieve, una niña de ocho años que se enfrenta a la separación de sus padres, y con ella al mundo adulto y hostil de la Cuba de finales de los años 70 y principios de los 80. Cada uno de los progenitores de la protagonista asume de una forma diferente los conceptos de revolución y de libertad: la madre defiende la libertad y el arte ante todo, llegando a contradecir la censura de la emisora en la que trabaja; el padre, por el contrario, representa el anquilosamiento de las normas revolucionarias en una nueva forma de represión, su obra como  dramaturgo se limita a unas cuantos libretos adoctrinantes y panfletarios.

A pesar de lo interesante que pueda resultar su planteamiento y la validez de la reflexión que trae consigo; algunos problemas hacen caer todo el andamiaje de la película. Una vez negado el permiso para filmar en Cuba, el equipo se vio obligado a recrear, de manera bastante precaria, el ambiente de la isla en Colombia.  Santa Marta es la ciudad de Cienfuegos y algún lugar de Cundinamarca son las montañas del Escambray; la Habana por su parte está reconstruida por un efecto de croma que deja bastante que desear. Sin embargo, no son los espacios los que más disuenan, hay que recordar que para Confesión a Laura de Jaime Osorio, las calles habaneras remplazaron la Bogotá del año 48;  sino los actores, en su mayoría colombianos,  a los cuales se les puede notar la incomodidad con el acento impuesto; agregando el choque que produce escuchar a la mayoría de personajes hablando con un acento bogotano, mal disimulado, en la mitad del Caribe. Estas inconsistencias son el principal problema para una cinta, que como dice el mismo Cabrera en entrevista con el periódico El país de Cali: “En Colombia no es muy colombiana y en Cuba no es muy cubana”.

Por otro lado, aun omitiendo algunos detalles técnicos, como la intrusión del micrófono en una escena y el desastroso  efecto de croma durante el viaje a la Habana de la protagonista, el lenguaje utilizado durante la película, no dista para nada de una drama telenovelesco: zooms y  música de cuerda que acentúan actuaciones que ya de por sí resultan recargadas, antagonistas y protagonistas casi caricaturizados en lo excesivo de sus posiciones morales, y situaciones extremadamente dramáticas. Si bien la reminiscencia de la televisión ya se puede atisbar en  La estrategia del caracol, en Todos se van, llega realmente a chocar; tal vez porque termina sumándose a la desazón que dejan la incongruencia en  las actuaciones y los escenarios.

Por otro lado, algunas situaciones dejan ver la mano del guionista sobre la historia. Personajes que aparecen de la nada para salvar a Nieve de la furia de su padre; el típico compañero infantil cuyo rol es prescindible e inaportante; y la evidente incongruencia entre las personalidades de la niña que escribe el diario y su personaje en la cinta; que incluso cuando recita una tarea sobre la libertad y la autoridad, bastante forzada por cierto, desatina completamente con la figura de la niña reflexiva pero natural que narra  la historia a través de una voz en off.

Omitiendo la escena de la lectura antes mencionada, que hace demasiado explícito el trasfondo de la película, Todos se van maneja un juego moral entre la libertad y la autoridad bastante interesante. ¿Se puede ser realmente libre? ¿Hasta qué punto lo que se consideran sacrificios por la libertad no son un exceso de autoridad camuflado? Son incógnitas que la mente inquieta de la protagonista se traza sobre la relación con sus padres, obligando al espectador a planteárselas junto a ella.

Sin embargo, también de la televisión el director carga el vicio de hacer evidente el  concepto detrás del filme en todo momento. Al salir de la sala uno hubiese preferido que Cabrera siguiera haciendo televisión, donde al menos sabemos a qué atenernos; y esperando que tal vez e 11 años vuelva a asombrarnos con otras de las obras innovadoras con las que alguna vez nutrió positivamente la incipiente cinematografía nacional..


miércoles, 25 de marzo de 2015

CEMENTERIOS LÍQUIDOS

El silencio del río de Carlos Triviño (Colombia, 2014)


En 1965 Julio Luzardo estrenó  El río de las tumbas,  una película obligada para cualquier seguidor de la filmografía colombiana. La historia giraba alrededor de un río, convertido en cementerio que trastornaba la cotidianidad de un  caluroso pueblo. 50 años después el agua y la muerte vuelven a proyectarse juntas en las pantallas del país con la Ópera prima de Carlos Triviño  El silencio del río.

 El trabajo de Triviño, sin embargo, tiene marcadas diferencias con su antecesora. Esta vez la trama se desarrolla de manera paralela. Por un lado,  en las tierras altas un campesino ve amenazada su subsistencia tradicional al observar como desaparecen uno por uno sus amigos, a manos de un grupo armado  que nunca revela su rostro. Por su parte,  en las tierras bajas Anselmo, un niño que ha perdido su padre, persigue un cadáver arrastrado por el río. La muerte que fluye junto al agua termina conectando a los dos personajes.

El silencio del río es una historia de abuso y explotación. Los campesinos son despojados paulatinamente de todo; poco a poco van perdiendo sus seres queridos, sus tierras y sus vidas. Ni siquiera, con la muerte llega el descanso. Al igual que el río, el espectador es testigo mudo de los múltiples actos de rapiña que sufre el cadáver, niños, pescadores, y campesinos, a manera de aves carroñeras,  arrebatan las pocas pertenencias que le van quedando al cadáver, antes de devolverlo a la corriente.

A pesar del entusiasmo que despierta al principio, a medida que se desarrolla el filme comienzan a aparecer problemas en la construcción de la historia. El recorrido de Anselmo se hace inverosímil, su camino es excesivamente largo y arriesgado para un niño de su edad. Algunos episodios se hacen aún más increíbles; como aquella secuencia en la que dos campesinos sacan el cuerpo del río, para  hacerlo pasar por un joven desaparecido y darle tranquilidad a una madre ciega. Como si la situación no fuera lo suficientemente absurda, el niño que antes era incapaz siquiera de levantar el muerto; ahora lo arrastra sólo devuelta al río, sin ser descubierto.

El silencio del río  también posee un ruralismo exagerado y exótico, todos los personajes parecen habitar un lugar perdido del tiempo, donde no existe el mínimo rastro de tecnología o comunicación con el mundo exterior. Los decorados del parque natural de Virolín, dónde fue rodada parte del filme, no esconden su abandono por años. El descuidado trabajo de arte los hace ver aún más vacíos: cantinas  de paredes desnudas, con unas cuántas sillas  de madera desperdigadas y una radiola invisible, casas cuyo único inmobiliario es una mesa. Los personajes parecen no  habitar, ni relacionarse con su espacio. Este quiebre hace evidente que las casas campesinas, no son más que locaciones preparadas para una película.





La música de cuerdas, que pretende reforzar los momentos de tensión, se torna demasiado notable y termina haciendo ruido, desenmascarando, aún más el artificio,  que esconde toda película. Por su parte, el trabajo de los actores a pesar de ser aceptable, no es del todo satisfactorio; aspecto que podría pasar desapercibido, de no ser porqué termina sumándose a los anteriores defectos de la cinta.

En cuanto a la fotografía,  El silencio del río retrata los preciosos paisajes del santuario ecológico de Virolín; sin embargo, este foco en el paisajismo se ha convertido en un lugar común  del cine nacional. Además, el uso exagerado de una cámara inestable, hace que por momentos sea realmente difícil seguir a los personajes. Es de notar, sin embargo, el acertado tratamiento de la escena subacuática en la que Anselmo, quien nada tranquilamente en el río, descubre el cadáver; logrando sumergir al espectador y desencadenando la trama de la historia.

Por otro lado, al abordar el conflicto  Triviño cae en la extrema corrección política  de tantas películas colombianas,  que concentrándose en las víctimas no nombran, ni le dan importancia al grupo armado culpable.  Una representación que puede resultar superficial, pues además de ocultar al agresor durante todo el filme, nunca se indaga sus razones políticas. Conformándose con una caricatura simplista del enemigo como un otro sádico que actúa sin razón, una especie de animal sediento de sangre.



El silencio del río  plantea una narrativa interesante; que si  bien tambalea en su desarrollo, demuestra que nuevos realizadores cómo Carlos Triviño se están arriesgando a mirar el conflicto desde otra perspectiva. “En Colombia se han hecho demasiadas películas sobre violencia, ya se ha visto demasiado desplazamiento en las pantallas” se escuchaban algunas voces al salir del cine. A pesar de esto, en el país la violencia y el desplazamiento forzado continúan; por esto, la obra de Triviño es tan vigente cómo lo fue la histórica cinta de Luzardo en su momento. Heráclito se sorprendería al ver que los ríos en Colombia parecen ser los mismos cuarenta años después.  




miércoles, 18 de marzo de 2015

EL COLOR DEL TRÓPICO

El pez que fuma de Roman Chalbaud.


En su sección 5+5 el FICCI  invoca a la memoria y rescata del olvido diez películas que han hecho parte de su historia. El pez que fuma, cinta venezolana de 1977 dirigida por Roman Chalbaud, destaca como la más antigua de esta selección.

La trama se desata cuando “La Garza”, madame del prostíbulo que da nombre al filme, decide renovar los sucios y  usados colchones del local. El pez que fuma se presenta como un espacio onírico, no sólo por lo abigarrado de su decorado; sino por toda la gama de personajes marginales que lo habitan. Prostitutas, homosexuales, enanos, astrónomos y artistas se dan cita en sus obscuros rincones.

A ritmo de tangos y boleros Chalbaud construye la trágica historia de un crimen. En la cual, no titubea en mostrar a sus actores totalmente desnudos, ni las incipientes operaciones de un  narcotráfico que marcaría la historia de la región en décadas posteriores.
A pesar del ambiente sórdido y la decadencia, el color y la sensualidad están siempre presentes. Incluso en las escenas de un funeral El pez que fuma parece estar repleta de vida y erotismo. Encarnando aquel espíritu del trópico latinoamericano en el que la  tragedia y el gozo van siempre de la mano.