El silencio del río de Carlos Triviño (Colombia, 2014)
En 1965 Julio Luzardo
estrenó El río de las tumbas, una película obligada para cualquier seguidor
de la filmografía colombiana. La historia giraba alrededor de un río,
convertido en cementerio que trastornaba la cotidianidad de un caluroso pueblo. 50 años después el agua y la
muerte vuelven a proyectarse juntas en las pantallas del país con la Ópera
prima de Carlos Triviño El silencio del río.
El trabajo de Triviño, sin embargo, tiene marcadas
diferencias con su antecesora. Esta vez la trama se desarrolla de manera
paralela. Por un lado, en las tierras altas
un campesino ve amenazada su subsistencia tradicional al observar como
desaparecen uno por uno sus amigos, a manos de un grupo armado que nunca revela su rostro. Por su parte, en las tierras bajas Anselmo, un niño que ha
perdido su padre, persigue un cadáver arrastrado por el río. La muerte que fluye junto al agua termina conectando a los dos
personajes.
El silencio del río es una historia de abuso y explotación. Los campesinos son despojados paulatinamente
de todo; poco a poco van perdiendo sus seres queridos, sus tierras y sus vidas.
Ni siquiera, con la muerte llega el descanso. Al igual que el río, el
espectador es testigo mudo de los múltiples actos de rapiña que sufre el
cadáver, niños, pescadores, y campesinos, a manera de aves carroñeras, arrebatan las pocas pertenencias que le van
quedando al cadáver, antes de devolverlo a la corriente.
A pesar del entusiasmo que
despierta al principio, a medida que se desarrolla el filme comienzan a
aparecer problemas en la construcción de la historia. El recorrido de Anselmo
se hace inverosímil, su camino es excesivamente largo y arriesgado para un niño
de su edad. Algunos episodios se hacen aún más increíbles; como aquella
secuencia en la que dos campesinos sacan el cuerpo del río, para hacerlo pasar por un joven desaparecido y darle
tranquilidad a una madre ciega. Como si la situación no fuera lo suficientemente
absurda, el niño que antes era incapaz siquiera de levantar el muerto; ahora lo
arrastra sólo devuelta al río, sin ser descubierto.
El silencio del río también posee un ruralismo
exagerado y exótico, todos los personajes parecen habitar un lugar perdido del
tiempo, donde no existe el mínimo rastro de tecnología o comunicación con el
mundo exterior. Los decorados del parque natural de Virolín, dónde fue rodada
parte del filme, no esconden su abandono por años. El descuidado trabajo de
arte los hace ver aún más vacíos: cantinas de paredes desnudas, con unas cuántas sillas de madera desperdigadas y una radiola invisible,
casas cuyo único inmobiliario es una mesa. Los personajes parecen no habitar, ni relacionarse con su espacio. Este
quiebre hace evidente que las casas campesinas, no son más que locaciones
preparadas para una película.
La música de cuerdas, que
pretende reforzar los momentos de tensión, se torna demasiado notable y termina
haciendo ruido, desenmascarando, aún más el artificio, que esconde toda película. Por su parte, el
trabajo de los actores a pesar de ser aceptable, no es del todo satisfactorio;
aspecto que podría pasar desapercibido, de no ser porqué termina sumándose a
los anteriores defectos de la cinta.
En cuanto a la fotografía, El
silencio del río retrata los preciosos paisajes del
santuario ecológico de Virolín; sin embargo, este foco en el paisajismo se ha convertido
en un lugar común del cine nacional.
Además, el uso exagerado de una cámara inestable, hace que por momentos sea realmente
difícil seguir a los personajes. Es de notar, sin embargo, el acertado tratamiento
de la escena subacuática en la que Anselmo, quien nada tranquilamente en el río,
descubre el cadáver; logrando sumergir al espectador y desencadenando la trama
de la historia.
Por otro lado, al abordar
el conflicto Triviño cae en la extrema corrección
política de tantas películas colombianas,
que concentrándose en las víctimas no
nombran, ni le dan importancia al grupo armado culpable. Una representación que puede resultar superficial,
pues además de ocultar al agresor durante todo el filme, nunca se indaga sus
razones políticas. Conformándose con una caricatura simplista del enemigo como un
otro sádico que actúa sin razón, una especie de animal sediento de sangre.
El silencio del río plantea una narrativa
interesante; que si bien tambalea en su
desarrollo, demuestra que nuevos realizadores cómo Carlos Triviño se están
arriesgando a mirar el conflicto desde otra perspectiva. “En Colombia se han
hecho demasiadas películas sobre violencia, ya se ha visto demasiado
desplazamiento en las pantallas” se escuchaban algunas voces al salir del cine.
A pesar de esto, en el país la violencia y el desplazamiento forzado continúan;
por esto, la obra de Triviño es tan vigente cómo lo fue la histórica cinta de
Luzardo en su momento. Heráclito se sorprendería al ver que los ríos en
Colombia parecen ser los mismos cuarenta años después.