Jardín de Amapolas de Juan Carlos Melo Guevara (2014)
Es curioso notar como en la mayoría de los casos el cine
sólo fija su mirada sobre realidades peligrosas o controvertidas cuando estas
han perdido parte de su vigencia dentro de la discusión pública. En su ópera
prima Juan Carlos Melo retrata tomas guerrilleras y masacres paramilitares, realidades que
resultaron tan comunes al país hace unas décadas; pero que cada vez son menos
frecuentes, en un momento en el que se vislumbra
un posible fin al conflicto armado.
Sin embargo, hacer memoria también es enfrentarse a una cara
del país a la que se preferiría dar la espalda y dejar atrás. Jardín de amapolas narra las desgracias de Simón, un niño de 10
años, y su padre quienes luego de ser desplazados por la guerrilla ven en el trabajo en un campo de amapola su única
opción de vida. En su primer
largometraje Melo retrata el drama de los civiles que quedan atrapados en medio
del conflicto, sin que uno fuerza gubernamental haga el mínimo esfuerzo por
ayudarlos. La Colombia retratada por Melo es una Colombia sin estado, en el que
la ley es impuesta por los diversos grupos ilegales.
¿Qué persona no se
siente identificada al ver un niño y más cuando este se enfrenta con algo tan ajeno
a su universo infantil como es la muerte?
Jardín de amapolas cae en la estrategia, un tanto kitsch, de usar la infancia para conmover al
espectador fácilmente. Con esta sensación como su cabeza de lanza, la película
descuida la mayoría de los aspectos más allá del patetismo de la situación del
protagonista.
A pesar de contar la historia de Simón quien está más
preocupado por recuperar el perro de su amiga que de entender o intentar
escapar del conflicto. La película lo observa desde una visión adulta que a
veces parece burlarse de su inocencia. Así, durante gran parte del filme el
espectador se entretiene en situaciones que los niños nunca conocerán. Jardín de amapolas intenta
dar una mirada panorámica al conflicto; por eso se desgasta en conversaciones y
escenas que no aportan nada a la
historia, y que sólo parecen buscar contextualizar al público sobre el
conflicto colombiano.
Por otro lado, más
allá de lo conmovedor que pueda resultar la inocencia infantil en medio del
conflicto, el guión de la película se presenta bastante pobre. A pesar de poseer
una narrativa aparentemente clásica hay baches en la historia que nunca se
explican. Escenas inesperadas como la que provoca el escape de los
protagonistas, o una intromisión de la guerrilla sin ninguna prevención
anterior, hacen que la historia sea un continuo de Deux ex Machina.
Sin embargo, Jardín de amapolas logra emocionar e identificar al espectador. Para bien o para mal
los facilismos que usa calan más fácil en el público colombiano que otras construcciones más intelectualizadas. A
pesar de todo, son este tipo de películas con una mirada más naif, más inocentes y menos académicas las que finalmente logran
hacer que el espectador nacional reflexione a partir del cine.
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